domingo, 12 de septiembre de 2021

El reto de la identidad para la educación como institución social

 El reto de la identidad para la educación como institución social



Concepciones teóricas sobre la identidad

Preocupaciones por la identidad han existido desde siempre, pueden encontrarse alusiones a ello en los textos de filosofía, historia y literatura de sociedades antiguas, ya en la poesía épica de Homero hay evidencias de ello. Otros autores más próximos y ligados al mundo moderno, como Hegel (2003), le dieron una gran relevancia y lo convirtieron en un tema central de sus reflexiones dialécticas. En las últimas décadas el análisis de la identidad ha sido objeto de atención del pensamiento social con sus consiguientes desarrollos teóricos. Textos como los de Ricoeur (2004), Giddens (1997) y Taylor (2006) abordan la existencia de la identidad en la diferencia y en sus dimensiones histórico-culturales y sociológicas, otros (Dussel, 2006; Mignolo, 2008; Sousa, 2010) argumentan la necesidad de reconstruir la identidad como arma de descolonización de la cultura y del pensamiento. Para el pensamiento pedagógico y educativo la Alberto Matías González, et al. El reto de la identidad para la educación como institución social 


Desde la teoría, la formación de la identidad puede ser entendida como un proceso de síntesis, que se desarrolla a partir de la influencia que en los individuos o en las comunidades humanas genera la dinámica de lo diverso; diversidad que al mismo tiempo es expresión de las complejas estructuras de agrupación y significado en que participan las personas. Así, una misma persona puede sentir pertenencia a una familia, un género, una ciudad, una nación, una o varias religiones, un partido político; la lista sería interminable (Maalouf, 1999), caben tantas posibilidades como formas distintas de agruparse y de sentir asumen las
personas. Visto desde una noción de proceso, se puede entender la identidad como un ejercicio en movimiento que se va diferenciando de sí misma en su interacción con el otro, con lo diferente del cual asimila y rechaza, enriquece y empobrece; asumiendo actitudes de conciliación o exclusión (Maalouf, 1999), en una relación, no tanto de dicotomías absolutas, sino más bien de complementariedad. La identidad humana engloba un componente cultural y contiene además de los factores sociales de la cultura, elementos biológicos y geográficos; por ello resulta necesario establecer las bases epistemológicas a partir de las cuales se asume el concepto de cultura. La palabra cultura procede del verbo latino colo, colis,
colere y significa en principio cultivar la tierra (Ariño, 1997). El término cultura en la literatura y en las representaciones populares presenta una pluralidad de usos y significados; de modo general se ha utilizado para: designar instituciones dedicadas a la promoción de las artes
y el conocimiento, referirse a la civilización o designar los modos de existir, crear y pensar de diversos grupos humanos y personas. Es importante subrayar que esta diversidad semántica es evidencia de una dinámica que muestra una noción de movimiento del término, así como del interés que el mundo académico ha manifestado por el tema. Uno de los primeros referentes de comprensión de la cultura lo encontramos en la obra del antropólogo
inglés Tylor (1975): La cultura o civilización, en sentido etnográfico amplio, es ese todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridos por el hombre en cuanto
miembro de una sociedad. Como se aprecia, esta definición de Tylor (1975) expresa una noción de totalidad compleja que, independientemente del tiempo que hace de su formulación, es actual e imprescindible para cualquier análisis.


Otro aporte significativo puede ser localizado en la obra de Malinowski (1984), quien exploró sus componentes materiales al insistir en los nexos de la cultura con las necesidades naturales, así como en sus estructuras institucionales a través de las cuales las comunidades canalizan actividades y tareas vitales de los grupos a que se incorporan.
También, y asumiendo un enfoque estructuralistas, Lévi-Strauss (1995) insistió en la influencia de factores lingüísticos, y favoreció el interés por los signos de la vida social y sus componentes estructurales.
Las autorías no pretenden construir una síntesis teórica de la evolución de la noción de cultura, pues la lista de quienes tratan el tema es muy amplia y se parte, además, de la consideración de que en los tres autores citados encontramos los fundamentos epistémicos de la cultura asumidos como elementos para entender la identidad humana y que se concretan en lo siguiente:

• Totalidad sistemática de creencias, normas, valores, hábitos, conocimientos, contradicciones y
relaciones, así como de la herencia histórica recibida.
• Capacidades de aprendizaje y de transmisión y socialización de lo aprendido.
• Existencia de signos y símbolos de la vida social.
• Formas organizativas y de institucionalización social.
• Bases naturales de la existencia humana.

Esta noción de cultura permite entender la identidad humana como proceso histórico que encuentra la posibilidad de su reafirmación a través de la utilización de la memoria pasada, en una especie de búsqueda para legitimar realidades presentes y futuras. Todo ser humano, toda colectividad debe dirigir su vida en una circulación interminable entre su pasado donde encuentra su identidad, apegándose a sus ascendentes y su presente donde afirma sus necesidades y un futuro hacia donde proyecta sus aspiraciones y sus esfuerzos. (Morin, 1999)  Esto hace de la identidad una invención permanente que conjuga lo individual y lo colectivo, y donde convergen la historia, la política, el arte, las creencias morales, la educación, las teorías científicas, así como la actividad productiva de los seres humanos en su medio ambiente.

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